Y, precisamente, eso fue lo que nos encontramos. Primero, en Faro hallamos una bella y laberíntica ciudad fortificada, amable y de clima frío que nos dio elementos para contrastar la imagen de una cosmopolita Lisboa. Así, en sólo unas horas fuimos de la vacuidad a la vastedad. Faro era un paraje medieval solitario. Ni siquiera siendo las 8 p. m. de un viernes o las 9 a. m. de un sábado se hallaba rastro de reuniones y contactos humanos. En cambio, en Lisboa nos vimos avasalladas por la multitudinaria ciudad, con rostros que corrían y piernas que nos miraban y sonreían.
Segundo, los pocos elementos históricos y sociales que pude percibir en esta fugaz visita, hicieron que me sorprendiera con la entereza y clima de sus iglesias restauradas después del terremoto de Lisboa de 1755, o que me placiera con las vistas desde el Castillo de San Jorge y su gran contenido político militar. La visita al Museo del Diseño y la Moda me llevaron a eso, a pensar en las pasarelas y en la importancia del vestir en esa ciudad, porque todo ello implica que hay una gran importancia en el comercio, en el fluir del río, el mar y la gente. Ello está constatado en la placa que la nombra como la Ciudad de la Tolerancia.
Finalmente, todo ello estaba enmarcado por mis vivencias inmediatas. Leía el libro de Esther Tusquets, El mismo mar de todos los veranos, donde se cuenta la historia de una mujer profesionista y madura de clase alta española alrededor de lo que podríamos llamar su genealogía femenina: madre, hija, abuela, nana, amiga y hasta amante... En mi caso, el contacto con mis compañeras Astrid, la rolita-caramelito, y Montse, la linda canaria, me hacían percibirme en cada paso como un complejo organismo caleidoscópico que al ser reflejado con l@s otr@s y elementos como la lluvia, el viento y el sol, me transformaban en hermana, mamá, hija, abuela, nieta, tía, sobrina y amiga de estas mujeres.
1 comentario:
Hola Ili, muchas gracias...yo también lo pasé muy lindo. Al final las tres locas en Portugal llegaron sanas y salva a La Rábida...y eso que no había taxi. Con mucho sueño pero con la maleta llena de recuerdos y buenas experiencias, además de dos buenas amigas. Las quiero Ili y Astrid. Besitos
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