lunes

La Danza Sagrada de Ilihutsy



Cuando era muy joven me sentía sin ritmo, poco melódica y nada armónica. Por eso, decía yo, no
podía bailar además de que ni me gustaba la música movida y guapachosa aunque fuera mexicana
o latinoamericana. No se me daba, ¡y listo!

Pero llegó el momento del cambio, por lo que me inicié en el baile. Me muevo, a veces sin
comprender algunos pasos o dinámicas, pero con muchas ganas y con el pleno conocimiento de
que, pasando el tiempo y con la práctica, se deja de ser novata. Hay reglas, pasos, miradas,
abrazos y descansos que hay que aprender. Es por eso que en estos últimos recorridos por salones
y pistas de baile, los movimientos corporales me han llevado a conectarme con un quehacer
infantil: por supuesto, los katas de Tae Kwon Do y Karate Do que hice desde los seis años.

Katas por todos lados. Arriba y abajo, a la derecha e izquierda, adentro y afuera, sencillos y
complicados, de los que te salen del corazón y los que te salen de los músculos. En esas tablas
coordinadas siempre me he sentido cómoda, feliz, disfruto, bailo, sonrío y me concentro porque
logro una atención suficiente. Entiendo su objetivo e intención, porque el kata me lo susurra al
oído y a la piel mediante vibraciones sutiles. Si, el Dragón, el Tigre, la Grulla, la Serpiente y el Oso
me lo comparten tranquilamente cada vez que los practico.

Hace años conocí otros katas que me hipnotizaron: las Danzas Sagradas de Georges I. Gurdjieff. En
la web están colgadas cientos de representaciones que, combinación de códigos corporales y
sonidos minimalistas por repetitivos, tocados al piano, hacen que tu cuerpo se sintonice con otra
dimensión. Por supuesto, leí algunos libros del maestro armenio, lo acompañé en su viaje místico,
indagué en otros casos de escritores y músicos cercanos. Obvio, vi la película sobre su vida, y
entendí algo del mensaje oculto en los movimientos corporales de las Danzas Sagradas.

Y lo entendí porque me conectaron con los 22 movimientos del Yug-Do que hago en mi práctica
diaria, por supuesto. Si, los 22 son una danza sagrada…

Hace unas semanas me incorporé a un grupo de mexicanos que ensayan las Danzas Sagradas tres
veces al año. Seguí instrucciones y puse mucha atención. Logré seguir al grupo, y lo mejor es que
–cuando erraba- no había juicios negativos hacia mí. Solo estaba allí, en presente. Aprendí cinco
danzas, y me viví en mi sueño anhelado. Me desplegaba hacia todos lados con un sentido
incomprensible para mi Ego, pero completo para mi Ser. Todavía resuenan en mi cabeza los
teclados de Hartmann y Gurdjieff, todavía vibra mi cuerpo con esa energía…



La vida está hecha de sueños. En mi sueño se mezclan suave y amablemente mi kata y mi danza
sagrada mientras sonrío desde el corazón.

Tai

Ilihutsy Monroy

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