lunes

Los treinta y tres




[Diciembre 2008]

Resulta que estoy frente a una computadora, cuando en realidad debería estar en casa leyendo otra novelita o en un tono medio dramático, haciendo la tesis, o en Cuba --como mi primer plan enunciaba-- o tal vez en la laguna de Panajachel. Pero no, estoy, quizá debido a la chiripa, en Villa Coapa, de donde ahora me siento hija.

He estado danzando en otros espacios virtuales para cazar a los amigos, pero en serio que me atolondran un poco esas actividades, sobre todo cuando no hago uso de "mi computadora".
Pero ante la necesidad de contarles lo que he vivido y saber de ustedes, estoy decidida a quedarme un rato más en este café internet y narrarles lo que me pasó en mi cumpleaños. Algunas de ustedes ya lo saben. Siento repetir la misma historia una y otra vez. Tal vez sea la necesidad de ejercer presión sobre los recuerdos...

Ustedes saben bien que detesto la fecha de mi cumpleaños, ya que un 23 de diciembre no es un buen momento para hacer una fiesta (gracias a la pinche navidad) ni para hacer las labores cotidianas (porque son vacaciones). Pero ni modo, he cargado con esto 32 años; uno más no importaría mucho.

Resulta que Memo y yo desayunamos y nos salimos re-tarde de casa para Puebla. En el camino, que siempre es terrible por el cansancio y por el tráfico, esta vez fue maravillosos ya que pude echarme de nueva cuenta (y sólo lo advertí hasta que llevaba casi 50 páginas) un libro de André Gide, El inmoralista, que a decir verdad, no sé todavía si se tituló así porque el protagonista es un pederasta o porque estaba inconforme con la sociedad parisina del veinte... La cosa es que, hace mucho no lo sentía, las palabras que escribió este premio Nobel, me aturdieron un chingo, es como si fueran directas a mi. Digo, no sólo porque el protagonista se dedicaba a la historia (y en un momento se autodefine como archivero, je) sino porque plantea su maduración a partir de una enfermedad, lo cual es tangible para él a partir de una nueva visión sobre la realidad. Chin, la neta es que pareció muy pertinente volver a leer este texto, enriquecedor, casi una guía.

Y bueno, ya en Puebla, chupé un poquitín y creo que eso ayudó a que excitara un buen con las librerías de viejo. Así que compramos y compramos libros. Y para concluir el día, ya como a las ocho, entramos a un lugar maravilloso: la Biblioteca Profética (localizada en 3 Sur 701). Esta cierra a las 10 p. m. y abre todos los días. (Su página virtual está aquí: http://www.profetica.com.mx/) En serio, como un paraiso: los chavos chupe y leyendo, abajo un bar y arriba los libros... Su propuesta arquitectónica es semejante a la Biblioteca Octavio Paz que se localiza en Guadalajara, y en serio que con sólo verla uno se enamora perdidamente... Así me pasó.

En su página de bienvenida, dicta un párrafo que me parece, dice mejor lo que yo pienso, lo que sentí este día de mi cumpleaños treintaytres:

"Leer por gusto, por curiosidad. Leer literatura como la manera privilegiada de vivir todas las vidas que nos habitan y que no se resignan sólo a lo que estamos viviendo encerrados en este cuerpo siempre limitado. Leer como una manera de “escuchar con los ojos” las historias, los cantos y los cuentos que fascinaron a nuestros antepasados. Leer como un acto de rebeldía ante el absurdo de la muerte, de nuestro fugaz paso por el mundo. Contra la enfermedad y el dolor, aunque sean irremediables. Leer como acto de protesta silenciosa y fructífera contra la banalidad y la tontería. Leer para evitar que nos arrase la terrible realidad, en una graciosa huida hacia las ficciones (mentiras a fin de cuentas) que nos muestran con toda verdad lo que somos. Leer como un remedio contra la injusticia, el abuso de poder, la discriminación, el hambre y la miseria; como remedio contra todo lo odioso. Leer como una apuesta decidida por el conocimiento, la inteligencia y la emoción. Leer para celebrar la vida, como conjuro contra el miedo y la sinrazón. Leer para recuperar la memoria. Para saber quiénes somos, al menos por un momento. Quizá para reinventarnos. Leer para confirmar que la humanidad no tiene remedio pero que no somos los únicos en saberlo. Leer como confirmación de que yo sí pero nadie más lo sabe."

Y estando ahí, leí un libro encantador de Amélie Nothomb, Diccionario de nombres propios (Anagrama, 2002), y de nueva cuenta viajé y viajé por un chingo de lugares desconocidos por mí, y ví cosas y escenas de gente que quizá existieron y sobre una chica con un nombre raro, las cuales me hicieron reir, sufrir y disfrutar ese momento en el que yo leía en Puebla.

Bueno, lo demás, lo otro que me pasó no puedo contárselos porque el pudor no me lo permite. Ni el tiempo.

Así que no sean ingratas y cuéntenme de ustedes; si conocen a estos dos escritores; si un libro o dos o tres las hizo verse al espejo de una manera diferente; si se aburren como ostras en estas vacaciones; o si están en Panajachel o en Cuba; si sus planes si se concretizaron o si viven no tan a la chiripa.

Un beso
(El toque final: las amo a todas ustedes; y, felicidades)

No hay comentarios: