viernes

Cadena de tamales y de "XV años" ancestrales


I
Los tamales de la vida
Recuerdo cuando era niña y me llevaban con mi tía yaya a comer tamales; era todo un acontecimiento. Comer no significaba solamente comer sino también elaborar en compañía de todas mis tías y primas los tamales estilo Sonora. Si, de esos que son grandes grandes y llevan pasas, aceitunas, papa, zanahoria, ejote, chile y carne adobada. Toda una tradición familiar. Creo que es resultado del desarraigo sufrido por mi familia y, de esta forma, los tamales junto con los buñuelos son lo que perviven como asunto de reunión aquí en el defe.
Los hombres platicando y echando un trago; los más fuertes y considerados les tocaba amasar la masa; las mujeres dedicadas a picar y preparar los tamales. Evoco a la Cala, dirigiendo timidamente. Veo a la yaya arreglando y coordinando el asunto de forma contundente. Reunidos en La Escandón, echando chisme y platicando de los quehaceres y pormenores de todos y de nadie...
Al tiempo de quitarle las pasas y aceitunas a mis tamales, me preguntaba siempre "¿qué hago aquí?". Y me sentía tan lejana de las preocupaciones de toda la familia. Aparte de lo que quería hacer. En otro lugar.
Han pasado los años. Diríamos que muchos años. Ahora, yo convoqué a hacer los tamales. Tomé uno de los papeles activos de esa reunión. Congregué (por segunda ocasión) a mis tías y a la charla, al café y a los chismes alrededor de la mesa de mi mamá para hacer y comer tamales. Luego vinieron las primas y los tíos.
Me sentí como parte de un círculo inmeso y ancestral. Una cadena de eslabones confeccionado por tamales estilo Sonora. Esta cadena me unía a mis tías que hace quince o veinte o treinta años, se reunieron para platicar y hacer tamales. Esa cadena me unió con mi abuela y con gente desconocida, personas lejanas y en la sombra que me anteceden.
Pero también me unió con niños, hijos de mis primas, que acudían con las mismas preguntas e inconformidades con esta convocatoria, iguales a las que yo tenía hace muchos años. Me vi reflejada cuando Luis le quitó pasas y aceitunas a sus tamales.
Subrayo que ahora, yo no se las quité. Es más, me regañé por no echarles más chiles, pasas y aceitunas.



II
El ritual de la adolescencia: los XV años
Este tipo de fiestas-compromiso son horribles. La formalidad expresada en tarjetas de presentación, en regalos, en trajes de noche o de gala, en una misa, en un baile, en un salón frío y deshumano. La formalidad no viene sola sino acompañada por la cursilería: los colores rojo y rosa, los globos, las muñecas y los adornos florales.
Ahora y siempre, el espectáculo de baile que muestra los encantos de la mujer-niña. Los chambelanes que bailan al ton y son de la mala música popular que escogen los festejados. Uno que otro le agarra la nalga o el brazo a la princesa que despierta a los humores de la sensualidad. El padre lloroso, feliz y orgulloso de su chica, de su hijita.
Y me sentí otra vez, parte de un círculo. De una cadena de bailes ancestrales. Bailes y fiestas a los que asistí no han cambiado en casi nada. [Oh, aquí debo hacer un alto y agradecer de nueva cuenta que jamás quisiera una fiesta de quince años (uñas) y que no fueron mías las fiestas sino de amigas]
En esta ocasión ví como los jóvenes se divertían y disfrutaban sus primeros pasos en la pista. Espacio de danza frente a los ojos vigilantes de sus padres y tíos y abuelos. Escuché la música con la cual celebraban este paso ritual. Los adultos bailaban otro tipo de piezas.
Y me sentí parte de otra cadena de eslabones ancestrales. Hace años yo estaba ahí bailando por primera vez, conociendo la vida, los contactos físicos. Ahora, yo los veía tantear en lo oscurito.
Y me sentí parte de otra cadena de eslabones ancestrales. Hace años yo veía a los adultos bailar "Paloma palomita". Ahora yo bailé eso.
Y me sentí parte de otra cadena de eslabones ancestrales. Al ver a los ancianos mirar a su vez a los adolescentes y a los adultos, cerrar este círculo incómodo.

III
Hace tiempo me dí cuenta que me significó mucho la frase "El hombre es en sociedad". Hoy reafirmo lo que significa eso: que nos debemos a un pasado y a un futuro; que somos eslabones de esta cadena de seres humanos...
Claro, uno decide a cuáles encadenarse más tiempo o cortar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buscando una receta de tamales sonorenses me encontre con tu blog y no pude evitar las lagrimas de emocion al sentirme tan identificada con lo que lei. Yo vivo en Miami y precisamente en estas fechas navidenas me siento tan nostalgica por estar lejos. En mi familia siempre existio la tradicion, como la explicas tu, de elaborar los tamales con todo el ritual que la envuelve. Este dia me levante decidida a hacer tamales, aunque sea para mi sola, tanto para mantener la tradicion y alimentar mi nostalgia y mi grandisimo antojo. Gracias por tu sensibilidad y muchas felicidades por mantener la tradicion. besos. Atte. Norma (noreles@hotmail.com)

Geraldine dijo...

Las palabras de Norma son prueba de que tu belleza puede traspasar la frialdad de la pantalla.
Ayer por la noche lloraba gracias al mismo tema, gracias a que en mis recuerdos no cuento con escenas de tamales y tampoco de rituales festivos de XV años. Y no lloraba por mí sino por mi hijo. El vivir tan lejos me impide tocar las puertas familiares, los domingos por la mañana, para ver lo que se recalienta en las estufas ajenas. Ahora sí debo decir, me gustaría tener una cadena: de solidaridad, de cariño, de recuerdos compartidos, pero no la tengo.
Culpo a esta dinámica; culpo al tiempo; culpo a tanto trabajo, un trabajo que no se puede hacer juntos.