domingo

Coraje y corazón de guerrera

La violencia surge en nuestros corazones debido a los miedos que tenemos. Cuando el miedo tiene el poder, la reacción más sencilla es atacar física o emocionalmente. El gran equívoco es pensar que agredimos a los demás cuando realmente lo hacemos contra nosotros mismos.

                Leía en un libro sobre la ética del Yoga, los Yamas y Niyamas, que una de las propuestas de ahimsa es percatarse de nuestros miedos. ¿Qué viene después de ello? Desenmascarar la situación, y enfrentarla. Enfrentar significa mirar de frente, y esperar con paciencia a que se desarme el dolor y el temor.

                Recorrí mis miedos. Algunos de ellos, por supuesto, eran pequeños pero me tenían ciertamente dominada. Por ejemplo, dejé de pasear por cierta calle porque temía a los señores que tienen atrincherada la esquina. Solo esperar a que ellos me miraran con lasciva o que intentaran saludarme para decirme piropos y opiniones que no me interesan, me llevaba al miedo. Y luego a la violencia. Entonces los miré de frente. Con cabeza sobre hombros y cuello de guerrera, con cuerpo centrado en el corazón, pasé e hice mía la senda que yo sola me había negado por ese miedo.

Más tarde vino otro reto. Hace más de 20 años dejé de disfrutar de sumergirme en el mar. Sí, por supuesto: las olas me suscitan miedo. Por eso, mis viajes cada año al océano se restringían a varios baños diarios en las orillas de una playa tradicionalmente conocida como “peligrosa”. Gracias a este pretexto que la naturaleza me puso, evité meterme al oleaje de Zipolite. Historias de ahogados, muertos y mucho dolor le daban sustento a mi miedo.

La diferencia en estas vacaciones fue la ayuda amorosa que Glenn me ofreció. Él es un hombre de agua: un piscis con ascendente cáncer que solo ríe, flota y disfruta con el agua salada. Y entonces, con eso me llevó al interior de ese mundo acuático para recobrar placer y ligereza.

Enfrenté mi miedo con coraje y corazón de guerrera. Y aunque el alto oleaje me zarandeó en varias ocasiones, el amor y mi persistencia me llevaron a afrontarlo de buena manera. Oh, sí, también tuve un ataque de pánico, pero seguí adelante aprendiendo de ese momento.

Rescaté mi procedencia, como buena cabrita marina, al introducirme en ese ambiente húmedo. Enfrenté mi temor. Y de recordarlo, sonrío nuevamente.




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