Ahora me tocó estar al tanto de la coordinación y logística del viaje, por lo que mi querido Ego estuvo siempre en constante movimiento. Que subía y que bajaba ante cada silencio y soledad en la que me viví. Sin embargo, yo sabía bien que la presencia del maestro traería otra luz, otra vibración y muchas cosas positivas. Seguir adelante era el único mantram que me repetía constantemente.
Tuvimos muchas actividades: prácticas de Yug Do, terapias, taller, conferencias y charlas, así como un examen para cintos negro y plateado, por lo que la postura del árbol por una hora nos hizo hacernos conscientes de nosotros mismos. Todo ello fue vaciando y llenando mi corazón, mi alma, mi aliento...
Viajamos al Santuario de El Rosario, cerca de Melchor Ocampo, Michoacán, para disfrutar de las mariposas monarcas y su aleteo renovador que se reflejaba en cada una de sus sencillas tareas como volar, beber agua de los charcos y riachuelos, descansar y dormitar como racimos en los oyameles, embellecer al mundo mismo...
También fuimos a Los Azufres, cerca de Ciudad Hidalgo, Michoacán, en donde disfrutamos de las aguas termales de 40° en un ambiente de -3°, a la espera de los pajarillos y de sus cantos que nos recordaban el palpitar de la tierra.
Finalmente, ascendimos a la montaña de La Ventana en Amatlán de Quetzalcóatl y del Tepozteco y el Cerro de la Luz en Tepoztlán, Morelos, por un sendero complejo, peligroso, natural y bello, que permitieron que la atención y la vivencia se conjuntaran en una melodía que era emitida por mi corazón y por mi alegría de poder ver a lo lejos, respirar y sentir el espectáculo de la vida misma.
Gracias, Yug Do; gracias, maestro Antonio Iborra, por ocasionar y permitir estos recuerdos que me cimbran.
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