Me dedico a organizar y describir documentos además de ser docente y escribir, lo cual implica que he sido tanto estudiante y profesora por muchos años. En ese largo trayecto he tenido buenas y malas experiencias en ese ámbito, pero aprovechando que mi prima Siari Monroy me pregunta por alguna anécdota que me guste con un profesor, contaré una que es mi favorita.
Estudiaba la licenciatura en Historia en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y al cursar los últimos semestres tomé la clase de “Historiografía de la Revolución mexicana” con la maestra Alicia Salmerón. Recuerdo que nos preguntó: “¿qué es una revolución?”, algo tan básico que me cimbró por su sencillez y más antes la dificultad que nos implicó a los estudiantes por responder de manera atinada. Las nociones llenaban el aula, pero lo que necesitábamos eran definiciones y conceptos. Comprendí la importancia de la claridad para esta profesión.
Nos dejó leer muchos textos importantísimos, como “El pasado inmediato” de Alfonso Reyes, entregábamos controles de lectura y discutíamos bastante. Recuerdo que yo escogí para hacer mi ensayo final uno de los tomos de Alan Knight sobre Pancho Villa. Cuando entregué mi texto mecanuscrito, le advertí con honestidad que me faltaron dos capítulos por leer, y ella me contestó: “te agradezco me lo comuniques, de igual forma me daría cuenta”.
Fue entonces que entendí la capacidad que un profesor debía tener: conocer muy bien el material con el que trabajan y reconocer a los alumnos mediante los textos que escriben. Por supuesto, años después me enteré del entorno familiar de la maestra Alicia: ella fue una de las mejores estudiantes de El Colegio de México, ademas que es hija de uno de los mejores filósofos por lo que convive con una familia intelectual del más alto orden.
Podría decir que con solo esto me quedé prendada de ella. Por eso, cuando concluí mi tesis de licenciatura la invité a que fuera parte de mi sínodo. Sus temas no eran los míos, pero aún así ella llegó y asumió la presidencia de mi jurado. Recuerdo que dijo: “no venía preparada”, pero desplegó un gran listado de preguntas y comentarios a mi texto. Le agradecí mucho su lectura y su dedicación.
Años después me la encontré en otro examen profesional, y compartimos la mesa. Ella era la directora de la tesis, y no solo la noté orgullosa y contenta sino digna y apoyando a su estudiante. ¡Me alegró tanto que los profesores apoyarán así a sus alumnos!
Un poco después la volví a ver en un encuentro de profesores de licenciaturas en Historia. Yo presentaba una reestructuración curricular y ella llevaba un nuevo proyecto. ¡Tanta esperanza y reflexión en torno al quehacer del historiador me convencieron de las amplias habilidades de mi maestra Alicia!
En esa ocasión le compartí de mi investigación de maestría, y luego de preguntarme por mi directora de tesis, me llenó de referencias metodológicas. Esas recomendaciones las seguí al pie de la letra y le agradecí el detalle.
Muchos años después, la volví a ver en la Biblioteca de su instituto. Mi papá estaba hospitalizado, y ella se comportó comprensiva, amable y me llevó en su taxi al hospital. ¡Qué calidez humana! Las sorpresas seguían surgiendo de la profesora Alicia.
Finalmente me incorporé como docente a la licenciatura que Alicia Salmerón presentó años antes, y allí convivimos un poco. Me sentí contenta y halagada por sus comentarios y su respeto. De hecho, una vez me pidió consejo sobre temas de archivos, y me sentí muy reconocida.
Una mañana, mientras yo daba clases, algunas estudiantes me comentaron que su profesora favorita era Alicia. Entonces me situé en el tiempo y en el espacio: me percaté que ya habían pasado 20 años desde que ella había sido mi profesora y que yo, una de sus herederas, estaba siguiendo su línea y manteniendo la flama encendida con las nuevas generaciones.
Así fue que unos días antes de este Día del maestro, 15 de mayo de 2022, mientras yo regresaba a casa, como una bella sorpresa, Alicia salió del Metrobús y nos saludamos. Pensé que era definitivo: ella es mi maestra predilecta y por eso el destino —llámese escuela, instituto, biblioteca o transporte público— me la pone en mi camino cada indicado momento.
Ilihutsy Monroy
1 comentario:
Hermosa Ili, me encantó tu anécdota, me impresiona este simple y maravilloso ejercicio, de recordar a esas personas que han influido positivamente en nosotros y dejan huellas imborrables y estoy recopilando precisamente experiencia y lo que surge después de escribir algo así, y veo que se detonan cosas que me dejan sin palabras, muchas gracias por tu apoyo, por tu palabras en anécdota y tu maravillosa experiencia.
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