Yo soy Ilihutsy, hija de María Guadalupe, quien es hija de Bertha, quien era hija de Laura, quien era hija de Inés. Hasta allí llega el conocimiento de mi linaje materno.
Los años de nuestros nacimientos son los siguientes, de adelante para atrás: 1975-1950-1914-1891-1873. Lo más significativo para mi es que esa rama familiar llegó hasta ahí. Yo no tuve hijos ni los tendré.
Ilihutsy, yo misma, me dedico a indagar en el pasado y a entender los procesos históricos de las sociedades. Además, organizo y analizo documentos históricos. Mi tendencia es a hurgar en la memoria. Por eso no era sencillo escaparme de hacer esa práctica con mi linaje.
¿Por qué escojo dedicarme a hablar de mi linaje materno el día de hoy? Si bien hay muchas razones, algunas de ellas inexplicables para mi, quiero detenerme en tres. La primera es que soy feminista, y entiendo que tener esta condición biológica y cultural te posiciona en un espacio tiempo que va más allá de nuestro pagano y cotidiano espacio tiempo. Yo no incursioné en ello con toda mi materialidad porque, insisto, no tengo descendencia. Pero si comprendo nuestras diferencias y las admiro.
Segundo, porque con el paso de los años me he sentido más en cercanía con una de mis primas del lado materno: Thalina. Ella es un espejo muy hermoso. Tenemos muchas semejanzas, y de hecho ella me ha enseñado muchas puertas que yo sola he caminado posteriormente: veganismo, yoga y disciplinas del alma… Ah, eso sí: ella es dos años más joven que yo. También compartimos historias tristes que se espejean.
Y tercero, la relación con mi madre. Yo sí podría presumir que, a pesar de los altibajos, he tenido una excepcional y amorosa relación con mi madre. Recuerdo haberle contado todas mis cuitas, haberla sentido cercana todo el tiempo, ya que ella siempre estaba abrazándome o dándome palabras de cariño y aliento. Aún nos mantenemos así, aunque alejadas. Ella vive encerrada en su casa con mi hermano y sus muchas mascotas, y no hay posibilidad de que yo me acerque a ellos: he sido desterrada.
Con mis pasos y mi fortaleza interior, ¡vaya, soy una mujer adulta responsable y ya no una niña pequeña!, construí una familia nueva con Glenn y mi pequeña Bamboo, que se extiende hacia mis primas [Deneb] y Thalina, y hacia mis círculos de amigos de Yug-Do, del trabajo, de las escuelas, de la vida…
Tal como dice mi maestro Antonio Iborra: ¡hay que ir adelante! Para eso me detengo y veo mi pasado: para seguir caminando y avanzar. Este escrito es parte de ese proceso. Con esto resumo lo que veo para seguir adelante. ¿Y qué es lo que veo?
Veo muchos patrones instalados en mi familia. Por ejemplo, ya que tuve la suerte de ser una de las nietas consentidas de Bertha, mi abue, pude acercarme a ella toda mi infancia y adolescencia, y escuché fervorosamente sus historias personales durante años cada tarde que la visité. La vi postergarse en la cama después de quedar ciega, y no volver a salir de casa. Encerrarse con su hijo menor favorito, y aislarse completamente de sus demás familiares. Por supuesto que eso tiene semejanza con lo que le sucede, aquí y ahora, a mi madre y a mi hermano, su hijo favorito.
¿Por qué mi abuela y mi madre asumen este patrón de quedarse (y encerrarse) con su hijo varón menor (y favorito), y de esta manera “desterrar” a la(s) hija(s)?
Yo me lo explico así, después de haber hecho lecturas del feminismo de la diferencia: se entiende que el papel de “madre” es aquel que da la vida, cría y cuida a un varón. Por supuesto, ese es el imperativo social. No es que no sean madres de niñas, pero el papel que es reconocido es el de ser madre de niños varones. Así vemos que más representaciones artísticas de todas las culturas occidentales hablan de madres de niños, no de niñas.
El asunto se complica porque no hay manera de hacer entender a las madres qué hacer con las niñas. No hay instructivo más que su propia vida. Y su propia vida también fue de exclusión familiar. Luego entonces, cuando una mamá tiene una hija proyecta en ella todo lo que ha vivido en carne propia: celos, envidia, enojo y desconocimiento de ella y de las demás. Al mismo tiempo se da cuenta que las niñas son como libélulas inteligentes, más despiertas y que pueden volar (con su creatividad), a diferencia de los varones. Se emocionan y se reflejan. Quieren volver a volar como ellas.
Y cuando las niñas comienzan a despegar, ellas recuerdan que los papeles para esas niñas libres no son de protagonistas: son cárceles conocidos como puta, presa o loca. Entonces, las madres hacen todo lo posible por cortar las alas a las niñas. Las encaminan al único sendero viable: madresposas.
Estoy segura que, desde la cárcel de ser madresposas, mi abuelita al igual que mi mamá se emocionaron con sus hijas, pero no supieron qué hacer. Entonces mi abuelita empujó a sus hijas a que se casaran y mantuvieran esa relación, pasara lo que pasara. Entonces mi mamá se enojó porque yo no tuve hijos, porque me separé de dos hombres, porque soy autónoma y porque decidí casarme con un extranjero mayor (que le recuerda su propia historia de matrimonio con mi padre).
Así que, para estas mujeres, la única manera de conciliar lo que pasa con lo que desean es entrar en un gran conflicto en el que rompen con las hijas. Hacen surgir y crecer un conflicto entre los hijos, y prefieren a uno y se alejan de otro, o de otros. Se desentienden del asunto. Dejan de operar como madres (si es que alguna vez lo hicieron).
Eso me aísla y margina aún más de lo posible. No me queda linaje familiar al que acceder, no me queda madre, padre ni hermano, no me quedan hijos. ¿De dónde me agarro emocionalmente? Más aún, ¿a qué patrón pertenezco, si no podré hacer lo que mi abuela ni mi madre hicieron con sus hijos varones e hijas hembras?
Allí viene la historia. Allí viene la memoria. Allí vienen los documentos. Decidí buscar la identidad de mis bisabuela y tatarabuela. Mi abuelita Bertha ya me había contado parte de la historia, pero ¿qué tan cierta era?
Encontré referencias de la bisabuela: su nacimiento fue en 1891 en Colima. Si Colima sigue siendo mirada en la actualidad como un pequeño ranchito, ¡imagínense lo que era en 1891! Mi amigo Servando Ortoll ha escrito libros de viajeros a esos lares durante el siglo XIX, y todos se quedaban maravillados con la selva que encontraban. Todo estaba suspendido en el tiempo.
Su padre, Florencio, era el barbero de la ciudad. Le cortaba el pelo a los señores de todos los niveles sociales. Y se casó con Inés, quien por esa razón devino en convertirse en la “parienta pobre” de la familia. El recuerdo de mi abuelita la lleva a pertenecer a una familia foránea y rica de Colima, pero aún no tengo certezas documentales sobre eso.
Laura, mi bisabuela, tuvo varios hermanos más, aunque de nueve solo quedaron cuatro. De esa familia, como de millones más, no tenemos rastros algunos porque hasta ahora no sabemos si tuvieron propiedades o cómo fueron sus vínculos con otras instituciones. Mujeres y hombres completamente populares que se debaten en el devenir cotidiano que se nos escapa a los historiadores.
Mi bisabuela Laura decidió tener una hija en 1914, mi abuela Bertha, cuando ella tenía 23 años. ¿Por qué Laura tuvo a su hija a esa edad? Ella ya no era una chiquilla, era una mujer adulta responsable. Tal vez el motivo fue el amor. Quizá vivía con su familia, quizá rechazó algún noviazgo y matrimonio, tal vez tuvo algunos abortos antes. No lo sabemos. Solo sabemos que tuvo a Bertha en 1914.
Su pareja fue uno de los hombres resultado de un entramado doloroso en la región: del crimen de los Tepames. Ambas familias, los Suárez y los Angüiano, no solo tuvieron conflictos surgidos por la posesión de tierras que resultaron en una horrible matanza, sino que también tuvieron hijos que se casaron y dieron vida a una nueva familia, a una nueva esperanza. Mi bisabuelo Doroteo proviene de esa rama, la del amor.
El padre de Bertha, Doroteo, angustiado por la situación económica por la que atravesaba, decidió irse de mojado y trabajar en Estados Unidos de América. Recordemos que para 1914 la revolución mexicana también ponía ciertos límites a los hombres que buscaban una mejora económica y social. Él envió dinero a su nueva familia, y mantuvo así vigente su compromiso. Laura se negó a cruzar la frontera para unirse a él.
Sin embargo, cuando mi abuela Bertha cumplió ocho años de edad, Laura -mi bisabuela- la dejó en el parque, aunque encargada con sus respectivos abuelos Florencio e Inés. Bertha vivió allí al estilo del paraíso, porque el abuelo la consentía y amaba muchísimo. No importó tanto haber pasado los siguientes años por las guerras cristeras y demás enfrentamientos, porque su abuelo la protegió.
¿Qué pasó con Laura, por qué abandonó a su infanta? Se enamoró de Cristobal Sarmino, un telegrafista militar bien educado y nacido en Puebla. Con él se fue a Irapuato primero, y a Tampico después.
Bertha, mi abuela, años después alcanzó a su madre Laura en Tampico, debido a que el abuelo murió y la abuela Inés rechazó hacerse cargo de ella. La historia de mi abuela tomó otro camino, ya que se casó, tuvo dos hijos y su esposo, un militar, fue asesinado. Ella, sin recurso alguno ni estudios, llegó a la Ciudad de México en espera de apoyo de la familia del esposo, pero no fue aceptada su propuesta. Entonces, mi abuela trabajó y crió a sus dos pequeños hijos, conoció a mi abuelo Raymundo en una fonda de comida corrida. A pesar de su belleza y juventud, ella cargaba con la cruz de la maternidad y la viudez, asuntos que no le importaron a ese taxista. Por eso es que tuvo, por lo menos nueve embarazos más. Entre ellos el de mi madre.
¿Qué pasó con la bisabuela Laura?, ¿en qué lugar se quedó, cómo vivió, cómo era, qué sueños tenía, qué experiencias hermosas o pavorosas tuvo, en qué trabajó, cuántos esposos o hijos más tuvo, qué amistades tuvo, qué vicios y virtudes tenía, qué le gustaba y disgustaba hacer, qué ciudades fueron sus favoritas, cómo era su cotidianidad, habrá tenido buena salud o alguna enfermedad muy dolorosa, regresó alguna vez a Colima, cómo y cuándo murió? No lo sé.
De hecho, lo único que percibo de ella es su presencia marginada. Mi mamá me cuenta que en ocasiones llegó a visitarlos, pero entre mi abuelita y ella no había una cercana ni amorosa relación que implicó que no hubiera una vinculación cariñosa con sus nietos. No hay recuerdos de ella. Laura quedó en las sombras.
De esta narración puedo sustraer la siguiente hipótesis: mi abuela y mi madre (así como mis otras tías y algunas primas) provienen de una cadena muy patriarcal y cerrada, manteniendo un patrón de madresposas. Sin embargo, la única mujer que no continuó con ese patrón y por tanto que “se liberó” fue Laura. Ella es la representante de ese tipo de “matrón”.
Laura fue la hija, la madre y la abuela no querida. La ultrajada porque no actuó como madresposa. ¿Presa, puta, loca o mujer adulta y responsable de sí misma? Coincide en que su padre, Florencio, la quiso tanto que cuidó a su hija Bertha, demostrando que su linaje era el paterno, no el materno. Encuentro elementos de su historia que se repiten y resuenan en mi. Por eso me atrevo a decir que yo soy mi bisabuelita Laura, en versión Ilihutsy.
130 años después de tu nacimiento celebro encontrar datos tuyos, querida bisabuela.
P. D. 1 Esta tarde, mediante un mensaje de texto con mi madre, me enteré de la razón del alejamiento entre mi bisabuela Laura y mi abuela Bertha. Laura apoyó a su nieto Federico en un conflicto que éste tuvo con su madre Bertha, del cual no puedo escribir nada porque para las siguientes generaciones aún es secreto. Esto me hace pensar en una nueva hipótesis, el cual es “las madres de este linaje han preferido a un hijo sobre otro u otros permitiendo y fomentando un conflicto entre ellos”, basada en muchas preguntas.
P. D. 2 Este texto lo escribí antes de que mi mamá muriera, y por eso todavía pude consultarla. Mantengo el texto original.
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