Soy historiadora, y como tal, en los cursos básicos y de especialización, la historia de Francia y las propuestas historiográficas francesas son muy importantes. Más aún sí te posicionas en México y decides hacer la historia de la resistencia contra una de las dos intervenciones o invasiones francesas que el país sufrió en el siglo XIX, como yo lo hice.
A pesar de esta singularidad, nunca quise acercarme al idioma francés o buscar oportunidades para viajar a Francia. Al contrario, las esquivaba. Recuerdo cuando viví en España por un corto periodo para estudiar un máster en archivística, que preferí mil veces ir a ciudades españolas. Así las cosas, este año me topé con que el libro que pronto se publicará en el que seleccioné documentos, los transcribí y los prologué, 13 de ellos están escritos en francés. Me negué siquiera a intentar entenderles.
Sí, cerrazón de corazón y de cabeza. Y, en serio, muchas veces lo intenté: por eso tomé clases de francés en mi adolescencia tardía, luego en la ENAH preferí tomar la asignatura de Lectura de textos en francés, con la cual aprobé el idioma. Y de allí en adelante, nunca más lo hice. O comprar cientos de libros de historia y literatura francesa.
Hasta que llegó Glenn a mi vida, y todo fue trastocado. Comenzamos a organizar el viaje en junio, y para entonces decidí acercarme otra vez al francés mediante Duolingo y otro método. Al menos tenía conocimiento de palabras y frases básicas, con las que creí sería suficiente para no pasar malos momentos.
El punto es que volamos a París, y todo fue tan sencillo y amable, que debo agradecer infinitamente por dichas buenas coincidencias. Claro, aterrizamos en una ciudad que estaba en pleno desarrollo de los Juegos Olímpicos. Aún así, no nos percatamos de su intensidad o de sus problemas: solo encontramos lindas cosas.
Una noche, por ejemplo, caminamos y al bajar por uno de los puentes encontramos la salida de los botes que transitan turísticamente por el Siena, y su próxima salida sería en 10 minutos. Disfrutamos tanto el atardecer que nos tocó, y la panorámica apreciación de la ciudad. Esto es, no tuvimos que caminar gran distancia para ver la torre Eiffel y otros monumentos. Hospedarnos cerca del Louvre y del Siena permitió que miráramos la ciudad con esos ojos, y estuvo más que increíble.
También fue así en ocasión de despertarnos antes del amanecer y disfrutar algunos puntos, como La Bastilla, el Louvre o el Puente Neuf, con el pretexto de hacer YugDo. O presentarnos temprano en la entrada de Louvre para admirar sus obras de arte, su dinámica y su estructura. También estuvo muy lindo organizar nuestras caminatas en torno a los restaurantes veganos y conocer algunos barrios y sus calles más al interior. O tomar un tour en bici, ¡eléctrica!, por toda la ciudad, con lo cual nos acercamos a diferentes puntos de una manera efectiva y con sentido.
Yo sé que corrimos con mucha suerte, quizá porque estuvimos llenos de amor. Y no es para menos, Glenn es el hombre más perfecto con el cual pude toparme y enamorarme. Merci, monsieur Brown!!!
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