Tengo recuerdos aislados de mi infancia, y uno de los que me hace reflexionar es mi respuesta a la pregunta inocente de algunas primas: "¿qué es lo que más te gusta de ti?", y yo feliz y con la sonrisa amplia: "¡mis dientes!". Claro, esta respuesta es para buscarle una y miles de veces, ¿por qué una niña gozaría de sus dientes y no de sus piernas, sus brazos, su frente, su cabello, su mirada o sus manos pulcras? Salen hipótesis, que no son tema para este post.
Más allá de esto, lo que quiero resaltar es que desde siempre me gustó muchísimo mi sonrisa y me sentía orgullosa de mis dientes parejitos y blancos. Por supuesto, debe entenderse que mi contexto me mostraba tíos, primos, muchos familiares con dientes postizos, piezas faltantes y algo de desinterés. Entonces, yo me sentía tocada con una vara mágica. Un don concedido.
La coincidencia es que en mi propia familia yo tuve una dentista. Imagínense la suerte que me significó tener a alguien cercano, de confianza y --para más datos-- que devino en ser una de mis mejores amigas por este contacto cotidiano, sin frenos. Así que cuando ella empezó a estudiar odontología en CU, yo le servía de ejercicio. Luego se graduó, siguió estudiando y abrió un primer consultorio en Insurgentes y Chilpancingo. Yo también la seguía, era mi dentista y médica de cabecera.
Por ejemplo, si tenía gripa o algún malestar, a ella le preguntaba primero. Acudía cada vez que era necesario, y ya que soy muy disciplinada, estoy segura que eran cotidianas, mensuales y semestrales. Mis citas siempre fueron muy efectivas y exitosas. Eso sí, hay temas que me salen volando siempre, que no tornan sentido, y quizá es porque tengo mala memoria y porque de esto que cuento ya pasaron muuuuchos años. Dos casos: el primero es que me quitaron las muelas del juicio en el IMSS, no con ella, ¡qué raro!; lo segundo, recuerdo que iba con ella, me apuntaba en sus hojitas, lo que me hizo y dónde, así como el pago, que siempre hice, y no recuerdo que terminara nunca nunca el procedimiento. Esto es mucho más raro...
Quizá es porque nuestras reuniones se convirtieron en momentos de intercambio de confidencias, de secretos, de cotidianidades, y la salud de mis dientes poco a poco se volvió menos importante. Así es que las sesiones se prolongaron más y más. Entonces fui con ella por muchos otros consultorios, porque se fue mudando y fue viviendo transformaciones laborales, ya que se acercó a otra dentista con experiencia y se inició como profesora de odontología.
Compartíamos muchas cosas, por ejemplo, me contaba de sus otros pacientes que siempre se quejaban o que nunca pagaban nada --como mis primos o tíos--, o de amigas mías que acudían con ella, ya que yo la recomendaba ampliamente. A veces sentía celos porque veía más celeridad y claridad en su vínculo como dentista-paciente con los demás que conmigo, a pesar de que yo pagaba, asistía y la apoyaba.
Yo sola me "lavaba el coco", engañándome con el enunciado siguiente: "es que estoy bien, mis dientes están rechinando de limpios y de lindos". Pero poco a poco, esta sentencia se hizo una mentira que yo misma me decía. La dentista comenzó a decirme que si mis encías sangraban no me podría atender, que no sabía lavarme los dientes y solo hacía rellenos en las muelas o dientes picados. Me advirtió de los problemas que tenía, pero sus soluciones eran mínimos y sin reales resultados. Hasta yo lo veía.
El punto es recuerdo que le pedía citas, y me alargaba la respuesta. Allí estaban las "banderas rojas" que no supe ver: 1) no quería atenderme, pero no quería sincerarse conmigo; 2) no tenía más pacientes, lo cual puede implicar que es una mala dentista o que no le interesa ni apasiona su trabajo; 3) vinculado con el anterior, quizá ella tiene miedo de ser buena dentista porque eso la llevaría a dar el paso de ser independiente, y la neta muy pocas personas quieren dejar de ser dependientes cuando tu papá te da todo, hasta el mantener a tus hijas; 4) la solución a mis problemas no las tenía ella, ya que a mí "me echaba la bolita". Entonces, ¿no era ella la especialista en dientes? Ahora veo que no. Ella no tiene visión de mejorar a los demás, aunque ese sea su profesión.
Pos supuesto que pensé en acercarme a otros dentistas, pero entre el miedo de ver la verdad así como "la lealtad" que sentía le debía, me detuvo. Y así sucedió de golpe que abrí los ojos: vi sus patrones y vi los míos, escuché realmente sus comentarios de "quiero ser como tú" o sus historias de irresponsabilidad, me percaté cómo rompió mi confianza miles de veces y allí decidí alejarme. Me rompió el alma porque ella era mi amiga, mi familia y mi dentista. No sobra decir que de todo, ello era una gran mentira.
Finalmente, una tarde mis encías reventaron. Asumí que la responsabilidad de todo mi pasado clínico es solo mía, y di el paso correcto de dirigirme a otro consultorio. Llegué con una nueva dentista. Pude confiar inmediatamente en ella, y encontré que si bien no es famosa, ella es exitosa porque tiene cientos de casos de pacientes, con una red de médicos y otros especialistas dentistas que le ayudan a pensar en efectivas soluciones para los pacientes. Por esto es que tiene gran experiencia a pesar de su juventud. Y es de la UNAM, por supuesto. Y así, después de mis primeras --y necesarias-- endodoncias, adicciones a las pastillas y demás químicos, dolores inmisericordes, coronas y demás, volví a sonreír.
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