Si, el enojo-tristeza me embargó aquella tarde;
día lluvioso para colmo. Salí a practicar Yug Do sin reparar que ese martes no
se entrenaba en Ciudad Universitaria. Sabía que la tranquilidad y el amor de
los 22 movimientos me harían bien.
Comencé con el
movimiento fundamental, El Mago y los demás arcanos. Aún sin lentes, percibí la
presencia de alguien más en el espacio. Era un perro gris y peludo que me
observaba. Es común tener este tipo de visitas, pero el tiempo corría y los
habituales llamados de los dueños no se escuchaban.
Cuando concluí mi
práctica, me acerqué y comencé a llamarlo para que jugáramos. Sentí su temor y
concluí que tendría hambre al ver su deplorable estado. Cuando se acercó a
compartir conmigo, todo prejuicio que tenía sobre las mascotas se esfumó: solo
quería que aquella criatura se sintiera reconfortada con caricias y abrazos
míos.
Sin más, lo alimenté
y me llevé al perro al veterinario –con él me enteraría que es una hembra
schnauzer de seis meses-, le quitaron las pulgas y comencé una relación amorosa
con esa perrita. Por supuesto se tendría que llamar “Bamboo gris”…
Entonces comprendí
esto de la generosidad de La Emperatriz, y luego lo de la responsabilidad de El
Emperador. En estos momentos vivo lo del disfrute, y pronto les contaré cómo
nos va a esta pareja de féminas grises –un can y un ser humano- que corren por
las mañanas en el parque y entrenan Yug Do para ser más felices, mientras se
acompañan tal como lo hacen las estrellas brillantes.
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