Febrero del 2016.
El encuentro con el maestro Antonio Iborra se aproximaba, y yo me sentía fatal. No podía siquiera caminar o bajar las escaleras como es posible cuando uno está bien. Todo me dolía: la cabeza estallaba de vez en cuando, el cuello estaba completamente bloqueado y astillado, la columna hecha tres mil nudos, las piernas sentían estirones cada dos segundos, y los pies gritaban cuando tocaban zapato y piso. ¡Fui una completa fatalidad y un enredo!
Pero a pesar de eso, hay que seguir y seguir. Así que seguí con mi doctorado y con la organización del viaje a Cancún. Todo estaba listo, excepto yo.
Y fue encantador: levantarme por las madrugadas con el ánimo y la energía del maestro y de los compañeros; viajar a Cancún, visitar Tulum y Río Lagarto en Quintana Roo además de conocer Solferino y Las Coloradas en Yucatán. También pudimos hacer una exhibición en un Mercado Alterno y Vegetariano en pleno Cancún. ¡Hasta compartí palabras, abrazos y miradas con mi amada Fernanda y Sofís, así como con mi prima Thalina y su hijo!
Por supuesto, el examen de Yug Do que se hizo para los nuevos cintos rojo y dorado Eugenio Pareja y Raúl Villar, mis amados españoles, me fue complicado concluirlo pero ¡lo logré! Y así es que el agua del mar del Caribe de Tulum me ayudaron más y más para sanarme y cuidarme.
El sol, de nueva cuenta, estaba encendido en mi corazón...
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