Vi el horizonte de mi capital mientras nos
trasladábamos por el Segundo Piso del Periférico –uno de los circuitos más
importantes de la Ciudad de México-, y suspiré. Le comenté al maestro: “qué
maravilla subir a estas alturas y poder ver panorámicamente la belleza de la metrópoli,
la cual se nos olvida con tanto ajetreo, contaminación y tráfico vehicular”.
Sí, la belleza de la Ciudad. Aunque espacialmente
vivo en la colonia Del Valle y trabajo en Ciudad Universitaria, temporalmente
estoy en el Paraíso. Todo lo que transcurre allí, en esos lugares, es armónico.
Las personas que pasan y habitan esas comunidades son mis amigos y conocidos,
ya que reconozco a los que se ejercitan, comercian, trabajan y vagabundean. Los
animales que llenan mis paraísos van desde águilas cola roja que sobrevuelan
edificios, calles y mi parque, colibríes, pajarillos, palomas o murciélagos
hasta ardillas que corren por los cables de luz. Además hay muchos animales de compañía con los que
los defeños* compartimos miles de historias de amor, entre otras. Plantas y
árboles de mi entorno me saludan con sus flores coloridas y brisa a cada paso.
Montañas y lagos me circundan, aunque ya no los vea sino solo los intuya.
Mi paraíso se volvió a sacudir, otra vez un día 19
de Septiembre. Cada año conmemoramos el sucedido hace 32 años, en 1985: fue un
terremoto de 8.1 que cimbró edificios y aplastó a miles de personas; se calculan
10,000 muertos. Por eso hacíamos simulacros ese día cada año, al mismo tiempo
que recordábamos esa herida que –todo indica- no ha cerrado completamente.
Cuando pasó el terremoto del 85 yo despertaba para ir a la Primaria, y la casa
de mis padres, en el doceavo piso, me sacudió de tal forma que me llevó a la
ventana por unos segundos, momentos en los que pude ver cómo los edificios de
mi unidad habitacional bailaban en una danza macabra. Mi niña pequeña aún sigue
asustada por esa vivencia.
En esta ocasión, este 19 de septiembre, la
sacudida terrestre aconteció horas después de realizar el simulacro. El maestro
Antonio nos dijo en broma: “es el terremoto más tranquilo que he sentido
jamás”. Y de hecho fue justo así: viajamos rumbo a Morelia, Michoacán sin saber
que esto ocurría en nuestro camino.
Vivir en la lejanía un temblor que es casi tuyo
-¡sí, claro, los chilangos* somos dueños de esa tragedia!- porque coincidió en
la fecha con el anterior, es muy doloroso. Te llena de incertidumbre. Quieres
abrazar y saber de todos, acompañar en cualquier tarea. Hacerte comunidad no
solo en la alegría sino también en la desgracia. El temblor 19-S tuvo una intensidad
de 7.1 y se han encontrado 320 cuerpos hasta este día.
No me correspondió experimentar la catástrofe
terrestre en esta ocasión, ya que acompaño a mi maestro y equipo de Yug-Do en
nuestro propio movimiento interior. Sí, éste que me vino a mover, bloquear y
descongestionar muchos asuntos que están en mi interior. Porque viví una gran
contradicción al querer estar con mis amigos y vecinos pero saber que mi lugar
es aquí y ahora. Porque distinguí que era solo una reacción de control de mi
Ego el decir que necesito de un abrazo y beso de mi amado cuando todo México –o
sea yo misma- soy la que debo dar amor para recibir ese propio amor
magnificado.
Entreveo imágenes, sonidos, olores, sensaciones y
sabores de mis paraísos –Del Valle, el Parque Arboledas y mi Ciudad
Universitaria- y siento nostalgia. Agradezco haber estado allí y haber sido la
Eva que, tal como la que fue expulsada en un pasado remoto y mítico, comió de
este bamboo rojo -alimento de conocimiento y alquimia- para luego ascender por
el árbol mismo de la vida que se me presentó después de un fuerte y rojizo
sismo citadino.
Gracias, maestros Antonio y María por la
confianza.
CR Ilihutsy Monroy
*Chilango o defeño son gentilicios populares para
los que nacen, habitan y viven en la Ciudad de México.
**A los hermanos cintos de México, familiares y
amigos no les aconteció ninguna tragedia con este temblor. Todos estamos bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario