Pero la historia no lo mostró como un ángel en ascenso, sino en plena caída, o en el infierno mismo. Mi poeta se transformó en un violador y abusador con el que tendría una historia de más de 20 años llena de olvidos, encuentros, pasiones y dolores, y que se consumó cuando nos percatamos de lo tóxico que era estar juntos.
Y pasaron años, también, en que me di cuenta que el ángel seguía acompañándome. ¿Era un asunto de nostalgia, de abandono, de coleccionismo o de enfermedad? No sé, pero el tema es que una cuarentena en casa me puso a limpiar paredes, libreros, rincones y objetos con minuciosidad, y allí caí en cuenta de eso. ¿Por qué lo conservaba en plena convivencia conmigo?
Lo deseché. Tal como hice con otros objetos que ya no me representaban.
Y en honor de mi nuevo momento, de mi nuevo compañero, ese mágico lugar fue ocupado por mi pato prehispánico, reproducción oficial del INAH, mi dragón de madera del estado de Guerrero y por un bello colibrí de cristal. El fuego, el agua, la madera y el aire circunscriben a esta chica de tierra.
Ahora sí: mis protectores están aquí, guiados por el amor libre.
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