Bien nos lo dijo nuestro maestro Antonio Iborra: la desnudez y el silencio se portan y son, y para que se mantengan incólumes requieren que ni ropajes ni sonidos estén encima de ellos.
Prácticamente somos cuerpos desnudos y silenciosos
a los que cotidianamente les añadimos ideas, pensamientos, melodías, discursos,
comunicaciones así como vestidos, disfraces y maquillaje para resolver las
demandas de nuestra sociedad. Nos vestimos con distintos roles y nos afirmamos
con voces graves o agudas. Es así que nos diferenciamos.
Recuerdo cuando asistí en el 2007 al desnudo
masivo con el fotógrafo norteamericano Spencer Tunick en el zócalo de la Ciudad
de México. Allí percibí segundos de tensión después de librarnos de ropas, pero
después de ello hubo solo diversidad y goce. La igualdad y la alegría sublime
que viví en esa ocasión las vuelvo a vivir cada segundo de todos los días que
paseo desnuda en playas y espacios nudistas.
El maestro nos invitó a hacer yoga sin ropa, con
el objetivo de percibir tu cuerpo con otros ojos. Para mí siempre éste es un asunto
sencillo, ¡porque amo hacer yoga y Yug-Do desnuda en la playa frente a varias
personas así como en mi casa cada mañana!
Esperé el momento adecuado para volver a hacerlo.
Y éste llegó pronto. Después de mi primera limpieza hepática –la cual fue
maravillosa–, viví momentos de angustia por la urticaria que sufrí tres días.
Intuyo que fue la consecuencia de no limpiar mi colon de forma inmediata. Acudí
a una clínica, y la hidroterapia me ayudó muchísimo.
Cuando la compañera terminó su trabajo, tuve que
esperar unos momentos más. Y allí, sin pudor alguno y en el baño, hice toda una
serie de asanas. Desnuda, por supuesto.
Sonreí con liviandad al salir.
Mañana me harán otra terapia colónica, ya que concluí
mi segunda limpieza hepática. ¡Quiero volver a quedar sin tapujos y sin ropaje
para mover mi cuerpo en libertad! ¡Al desnudo!
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