El 28 de febrero del 2022, antes de medianoche, mi mamá murió. Sus condiciones físicas y de salud estaban muy deterioradas. La causa fue una crisis de hipoglucemia. Sí, dolorosa y terminal. Si bien su enfermedad comenzó aproximadamente hace diez años, su cuerpo y voluntad se rindieron y decayeron, sobre todo, en el ambiente de la pandemia COVID, ya que el encierro implicó percances como la eliminación del ejercicio, la imposibilidad de ver a especialistas y tener un seguimiento médico y, yo creo, una profundización de una depresión. Descanse en paz.
-Ella
Guadalupe, o Lupita como todos le decían, nació en 1950 en la Ciudad de México. Su familia estaba integrada por mi abuelo Raymundo (de Salvatierra, Guanajuato), mi abue Bertha (de Colima, Colima), dos hijos de mi abue (la chata y Federico), y siete hijos en común (Rey, Jaime, la Nena, la Chiquis, el Toto y Rubén). Mi mamá fue la última hija y la antepenúltima descendente. Por supuesto, las condiciones económicas no eran boyantes, ya que su sustento era el oficio de taxista que mi abuelo ejercía. Hace mucho leí al hojear la prensa que, en esos años, fue común la organización de huelgas de taxistas, exigiendo incremento en las tarifas para mejorar sus ingresos. Consecuencia de ello fue el trastrocamiento de la ciudad, la cual apenas se modernizaba. Sí, ya sé que debo leer más sobre la historia de mi ciudad, ¡pronto lo haré y mejoraré esta versión narrativa!
No sé en qué colonia nacieron, pero fue muy común que se mudaran de casa -¡imaginen una pareja con nueve hijos y un corto recurso económico!- ante la imposibilidad de pagar la renta, aunque recuerdo que ella me compartió que vivieron tanto en el norte como en el centro de la ciudad. Es interesante darme cuenta en estos momentos que no tengo en la memoria este tema tan importante, ¡buscaré notas al respecto! Ello me podría dar pistas para entender muchas cosas que contaré en unos párrafos.
Por ejemplo, ella me decía que siempre se sintió desplazada, ya que era la “no favorita” de sus padres. Cada uno de los abuelos contaba con sus equipos: unos por un lado, y otros por otro. A eso se debe que ella siempre era la más callada, la más silenciosa y la más alejada… Recordaba con cierto enojo que sus hermanos le decían que era una “mustia” y “falsa”, porque la miraban con esa actitud pero que, en ciertos momentos, ¡puuuum!, sacaba las uñas para defenderse o exigir lo que creía oportuno.
Esto es importante, porque ella entendía que debido a ese lugar que le asignaron, su salida fue observar, autoquererse y salvaguardarse. Así es que se quejaba de las “obligaciones” que le impusieron aún siendo una niña: lavar ropa interior, pañuelos y calcetines de mis tíos varones. Conservaba una pequeña cicatriz en la mano, y con ello me mostró muchas ocasiones que esa actividad era peligrosa porque a veces dejaban en las prendas sucias palillos o ¡navajas! ¿Cómo resolvió esa situación? Sencillo: sabía que una de sus hermanas mayores era más débil de carácter, así que a ella le intercambiaba tareas. A consecuencia de eso, mi mamá evitó que nosotros hiciéramos limpieza, y ¡más de ese tipo!
Una anécdota que me parecía la confirmación de su discurso de favoritismo es la siguiente: un día de Reyes Magos, el 6 de enero, los hermanos todos esperaban emocionados los regalos. Mi mamá-niña se levantó en la madrugada, y vio las muñecas que les dejaron. La que le correspondía, porque traía el pegote “Lupita”, no le gustó tan solo al verla, y por eso la intercambió por la de su hermana Chiquis. Y se fue contenta a la cama. Por la mañana, todos recibieron felices el regalo, pero mi abuelita se sorprendió y le dijo a mi mamá que esa no era la suya. Discutieron, y le entregaron la otra muñeca. Mi mamá se enojó tanto que le cortó el pelo, le dibujó bigotes en la cara y ¡demás anomalías! Jajaja, lo leo y vuelvo a reír. Y es que es comprensible: las niñas son hadas que vuelan y son creativas, pero allí estaba la sociedad para cortarle las alas.
Un encuentro muy favorable para toda su familia sucedió cuando ella asistía a la primaria. Junto con la Chiquis iba a la escuela, y ambas fueron interrogadas. La directora estaba muy interesada en sus apellidos, ese “Suárez”, ¿de dónde venía? Sí, de Colima. Y es que, ¡coincidencias maravillosas del universo!, la directora era la prima de mi abuelita. Y así se abrió una brecha de la que aún yo me aprovecho: mi mamá tuvo primos y tíos, y el entorno familiar creció. El desarraigo de esa familia se mantuvo, pero en un amable acompañamiento.
Mi mamá estudió una carrera técnica, como secretaria, y el instituto particular en el que lo hizo le facilitó su incorporación laboral a un banco. ¿Banco de México? Tampoco lo recuerdo, pero a los 16 años comenzó su labor y su crecimiento. Si bien no obtuvo autonomía si logró independencia económica, y eso le permitió acceder a actividades y objetos con los que nunca soñó: se inscribió en el club deportivo Chapultepec, hizo ejercicio, se vestía bien… Por supuesto que continuó aportando y colaborando con el mantenimiento familiar, el cual pasó por una larga racha complicada: mi abuelo murió, su hermano mayor también y el siguiente hermano, Jaime, se casó. No todo fue malo: los hermanos unieron sus ahorros y compraron en preventa un departamento en Villa Coapa, en una esquina de Caporal, a donde se mudaron después de 1968.
Sobre ese movimiento estudiantil, mi mamá recordaba que ella trabajaba en el centro histórico, y los empleados entraban y salían a la sede mienrras eran vigilados y custodiados por los policías. Por supuesto que no colaboró ni participó en ello, su vida estaba inserta ya en la trama de la explotación capitalista.
Fue en esos años cuando mi mamá -que debo anunciarlo ya, era una belleza y un primor- conoció a mi papá, Eugenio, gracias al contacto con su prima Gloria. Ella ya estaba enamorada de Ramón, el hermano de mi papá, así que me parece que en esa ocasión mi papá, ya de 40 años, aplicó la sentencia de “a la prima se le arrima”. Si bien mi mamá ya tenía ciertas historias de amor, del amor romantizado de esos años, ellos no le parecieron definitorios porque Lupita debía trabajar día a día y semana a semana… Entonces, creo suponer, la madurez de mi papá la condujo a sus brazos.
Así, Guadalupe y Eugenio se casaron en diciembre de 1974, y yo nací al año siguiente. Lo hice en una de las unidades habitacionales de Copilco, cerca de Ciudad Universitaria. Mi hermano Jusari lo hizo a mediados de 1977. Rápido, rápido. Un poco después de eso mi mamá fue operada, y le extirparon la vesícula biliar. Con ello acabó un periodo de debilidad corporal excesiva. También sucedió que en los años 80, la familia Monroy entró al Club Terranova, allí enfrente de nosotros, y mi mamá muy pronto aprendió a jugar tenis, regresó a nadar (aunque poco lo hizo en mis recuerdos) y se incorporó a una vida con hábitos distintos: al cuidado de los hijos y al ejercicio.
Su vida siguió de forma tranquila, como la de muchos otros. Eso sí, ella se mantuvo jugando tenis, ya en el Olimpia o el Avante, y en sus últimos años en el torneo de tenis Nena Pinedo, en Mixcoac. Recuerdo que en sus últimos años, sus rodillas le impidieron tomar la raqueta, pero ella seguía colaborando con el grupo desde su puesto de tesorera. Las chicas la amaban, tanto como ella lo hacía.
Tengo que contar una anécdota que me incluye de pasadita… Tal vez fue en 1994 o 95 cuando mi mamá sufrió con unos dolores impresionantes. Pensamos que era el apéndice. No, sus trompas de falopio explotaron y los médicos le hicieron una salpingectomía. Yo la cuidaba todo el tiempo, y al mismo tiempo limpiaba la casa y lavaba ropa como obsesa: tales eran mis nervios. Cuando ya estaba mejorando, le propuse que fuéramos al Zoológico de Chapultepec. Fuimos en metro, y nuestro transbordo en Balderas fue muy difícil para ella. Caminar es bueno, pero ¡eso fue un exceso!
Y la segunda memoria que tengo al respecto de su operación es la siguiente. Mi mamá era buenísima jugando tenis: tenía una derecha cortada que hacía correr al contrincante por todos lados, y además era muy buena observadora, por lo que identificaba tus puntos débiles y los aprovechaba al máximo. Entonces yo hice lo mismo: me beneficié de su condición de recuperación de salud y jugué tenis con ella, la hice correr de derecha a izquierda, de izquierda a derecha y, por única vez en mi vida, ¡le gané un partido! Awww, ¡qué felicidad y qué risa!
Mi mamá acompañó a mi papá hasta su muerte, la que aconteció en 2011. Siento que Lupita se quedó sin plan, y eso contribuyó a su debilitamiento. Y no la culpo por no haber organizado su vida, ¡por supuesto que no!, ya que ella era una Acuario con ascendente en Géminis a la que se le complicaba el orden y la disciplina. Más allá de mi astrológica interpretación, entiendo que normalmente después de un cansancio prolongado por cuidar a un enfermo la salida es el descansar. Y eso hizo.
Te amo, mamá.
-Por el mismo camino
Estoy muy contenta por haber compartido más de 40 años con mi mamá. En ese proceso, tuvimos nuestros encuentros. Recuerdo que fuimos íntimas amigas, y por eso le confié cosas que resultaría complicado decirle a una madre. Por ejemplo, le contaba de mis encuentros amorosos y sexuales, de mi nudismo, la llevaba a mis conferencias o ponencias, la llevé de viaje a Cuernavaca y a Sonora, salimos a comer a restaurantes veganos y vegetarianos en Coyoacán y demás lugares, la llevaba a mis actividades de YugDo, la llevé a la acupuntura, la llevaba a mi casa y le leía libros feministas… Conoció a casi todas mis amigas y muchos amigos. Nunca opinaba de ellos ni los criticaba, sino al contrario: solo nos abrazaba y nos daba de comer, ¡ah, esos chiles morita, ah, esos chiles rellenos en una cama de arroz, ah, esos tamalitos de acelga, ah, ah, ah…! Isabel y Polé recuerdan, por ejemplo, las chambras y cobijas que mi mamá les tejió como una muestra de amor y de amor y de amor.
También conoció y convivió con mi perrita Bamboo gris, quienes se amaban completamente; con mi ex pareja Guillermo, a quien le agradezco que fuera a despedirse de ella, y con Christian. No conoció a Glenn, y por eso él y su familia están muy tristes. Aún así, frente al ataúd, Glenn fue a saludarla, a presentarse y a agradecerle porque me tuvo a mi. Y así, el ciclo se cierra.
Sé que en los próximos días, meses y años llagarán a mi más ejemplos y enseñanzas que me trasmitió, pero quisiera contar algo que siempre lo consideré como algo “malo”, pero después de su muerte lo miré con otros ojos. Ya dije que ella fue toda hermosa, y por eso recuerdo que los hombres en la calle la asaltaban con frases, silbidos y actitudes violentas. ¡Machos imprudentes! Una ocasión en la mañana, íbamos Jusari, mi mamá y yo al hospital en Coyoacán, cerca de Tlalpan, yo era niña, porque recuerdo que le daba la mano a mi mamá. Y en un momento, un motociclista pasó y la nalgueó. Mi mamá respondió con palabrotas, groserías y estaba muy indignada y enojada. Así también una ocasión que entrábamos al edificio, y al frente de los elevadores había un grupo de chicos, quizá de mi edad o un poco más grandes, los cuales reían y se acercaron a ella para verle ¡los calzones! Mi mamá respondió dándoles unas patadas. Mi interpretación era la siguiente: “¿por qué pasó eso, por qué hizo eso mi mamá?”, como si me avergonzara porque no buscó una salida más “diplomática”. Hace dos días que me llegaron esos recuerdos pensé: “wow, mi mamá me enseñó a responder inmediatamente ante las injusticias sobre ella, cuando se trastocan sus límites, ¡y no lo entendí!”. No lo capté, sino hasta ahora.
-Por distintos caminos
Hace siete años que mi mamá y yo nos distanciamos. A mi me dolió en el alma, sobre todo porque nos volvimos muy cercanas como respuesta de la partida de mi papá. Lloré, grité y poco a poco fui calmándome. La división estaba marcada. Hace unos días le dije a Jusari: “me expulsaron”, lo cual también puede ser leído como “me liberaron”. Me quitaron todas las responsabilidades que yo siempre me había querido cargar en mi espalda por todo lo que hiciera mi mamá. Y debo comprender que yo no soy su mamá, aunque ella, desde niña, me dijera “mi madrastrita”. No, yo era su hija. Hoy soy su hija adulta, la hija adulta de una madre adulta. Y en ese entendimiento, no quise obligarla a que hiciera lo que a mi me parece adecuado: sería quitarnos la dignidad. También entendí que en cualquier relación existen los tiempos de fusión y separación, según Fina Sanz, y mi mamá no quería fusionarse conmigo. Amigas me insistían: “ve con ella, ve con ella”, pero siempre me negué a sobrepasar su decisión. Esperé, disciplinadamente, que me llamara para que la ayudara.
Y su solicitud de ayuda sucedió hace dos años, con la pandemia. Mi mamá estaba muy descuidada debido a una caída que tuvo además del avance de sus enfermedades. Nuestro contacto no volvió a ser el mismo, porque las reglas cambiaron y mi mamá no me requirió más. Era el tiempo de una nueva separación aunque en contacto con wapp…
Agradezco con el alma a mi hermano Jusari por la entrega y el cuidado que hizo por mi mamá en este doloroso proceso. Ambos eran almas complementarias y, me queda claro, vivieron esta etapa de fusión al máximo.
PD Sigo la misma narrativa que le hice a mi abuelita Bertha Suárez Andrade. Sí, ambas eran idénticas en algunos aspectos, tal como yo soy igual a mi mamá en otros. Claro, somos del mismo linaje materno.
3 comentarios:
Preciosa manera de recordar y despedir a tu mamá Ilo, te abrazo y le abrazo.😘
En las fotos te he visto en ella, en tu narración he visto una historia, dos mejor dicho, la tuya y la suya. Aunque, a veces, vuestras historias fueran juntas había otras en las que se separaban. Ahí es donde empieza de la vida de cada persona.
Yo le entiendo cuando te llamaba "mi madrastrita", su pequeña capricorniana... pero ella no sabía que eras una "madraza" y tú no sabías que eras una "hija", simplemente eso, sin más carga.
Siento mucho su pérdida, por lo que ha supuesto ese dolor para ti y los tuyos, pero sé que tú has aprendido mucho de esa pérdida y que te queda mucho por aprender.
Tuvo una hija maravillosa, fue su mejor legado, además de la marca de belleza que dejó en su Hija.
Un besito.
Qué lindos recuerdos y qué sinceros. Un abrazo
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